jueves, 4 de noviembre de 2010

FRIALDAD


Despierto y siento un gran susto, aún sigo en la carretera a pesar de ir dormido, me pregunto cómo pude hacer eso, no debí dormirme, pude haberme matado, -pero no fue así- me contestó él con su mirada distraída; entonces el hombre de atrás me reprocha el descuido y parece que dura lo que queda del viaje haciéndolo, yo lo ignoro; mientras el que va enfrente, solo se ríe.

 De un momento a otro empiezan a discutir entre ellos, yo solo los miro por el retrovisor, entonces el que va adelante me mira fijamente y me dice: -¿Qué no piensas hacer que se calle? – míralo te esta retando- dice el que va atrás; ahora la discusión es en contra mía. Yo los ignoro. Pasan aproximadamente dos horas y ya se han callado, yo los miro y están dormidos, presienten que ya vamos a llegar.

Estaciono el carro donde me dijeron y se acerca un hombre de horrible aspecto y me pregunta con voz gruesa, -¿y los cadáveres?, yo los señalo con mi pulgar; entonces el horrible hombre me dice – porque vienes solo, te  advertí que eso es muy peligroso, yo me quedo callado por unos segundos, luego le digo -saca las palas, hay que enterrarlos-.

CICLOPE


Aquella noche estábamos acostados en la cama envueltos entre sabanas blancas y mojadas. El cuarto estaba en silencio, pero nuestra respiración que cada segundo disminuía su carrera, hacia retumbar nuestros oídos. Justo en ese momento cuando me levante para ir al baño con la luz apagada, lo vi; estaba él una vez más, al otro lado de la calle en esa ventana oscura de la cual emergía el gigantesco ojo plateado de ese ciclope que noche tras noche aparecía.